Cuando entré por primera vez en la ciudad de Valencia, en fallas, fue un auténtico shock; para un escultor de obra monumental ver todo aquello, sumergirse en aquel fascinante mundo pleno de grandes esculturas era como un sueño. Con los años fueron pasando las visitas, y poco a poco, comenzó a aparecer un profundo sentido crítico…

¿Podrían tantos recursos, ingenio, trabajo y creatividad crear un impacto mayor? ¿Se podría, además de la crítica social generar otros valores, otras sensibilidades espaciales? ¿Puede una escultura o una falla crear un impacto socio-cultural-artístico más intenso, más enriquecedor, más profundo y perdurable?

Son preguntas que nacen de la aceptación del gran poder de transformación que tiene la escultura pública y sobre todo una monumental (más de 3 m. de altura). Pensar que su única utilidad es ser objetos decorativos es privarle de uno de sus mayores poderes. El arte tiene la capacidad de tocar el Alma de las personas, de modificar sus emociones, su consciencia, su felicidad. Recordemos que están a la vista las 24 horas del día, todos los días del año y durante muchos años.

Desde hace tiempo venimos asistiendo al triste espectáculo de ver como se instalan esculturas en determinados lugares públicos sin tener en cuenta el impacto del lugar, las necesidades del entorno o las propias necesidades de la comunidad que lo regenta. Hay una proliferación de rotondas con obras que, o por discurso, o realización o escala, claramente son poco adecuadas. (opiniones recogidas de un gran número de artículos en la prensa e internet)

Todo esto nos lleva claramente a plantearnos: ¿Se puede hacer mejor? ¿Tan grande es el impacto de una escultura?

Sin duda, y buena prueba de ello son los casos de obras que vemos y que nos atraen, nos sugieren emociones o las provocan, esto se suele comprobar al observar la actitud de los espectadores o transeúntes, en algunos casos se quedan junto a la escultura, la observan, le hacen fotografías o los niños juegan a su alrededor. Un buen ejemplo de ello es la escultura monumental “Portal del Vent”, de color rojo, situada en el muelle de la Pansa del puerto de Denia. Este puede ser un buen indicativo de que hay obras que lo consiguen.

¿Podría una escultura efímera, como una falla generar estas emociones, puede impactar tanto en un espacio urbano, aunque sea por tres días?

Desde mi punto de vista está claro que si. Creo que cada año se pierde una oportunidad fantástica de crear nuevos espacios en las ciudades donde se presentan las fallas; de construir lugares con otra sensibilidad, con otra estética y sobre todo, con otras percepciones espaciales.

Es evidente que hay muchos artistas falleros y Juntas falleras que tienen la sensibilidad suficiente, y capacidad económica, como para que cada año se vayan creando modificaciones en los espacios, pero son poco visibles. Quizás estén más centradas en las grandes ciudades con enormes aportaciones de capital, pero esto se podría hacer con un poco de ingenio y otros planteamientos. Una plaza se puede transformar en una cueva, en un bosque lleno de seres extraños, etc. Muchas son las posibilidades, y con muy poca variación de presupuesto.

Es un atrevimiento y un acto de confianza el plantear el mundo, el espacio de la falla de otra manera, y sin duda es posible, hay que intentarlo, hay que tener ese compromiso con la ciudad, con los que apoyan la Falla y la Junta fallera.

Mi sensibilidad me dice que ahí tenemos una asignatura pendiente, dentro de este apartado de la riquísima cultura valenciana que son las Fallas.

El espacio urbano es el lugar público en el que nos movemos, es propiedad de toda la ciudadanía, es el espacio donde se producen los encuentros, los movimientos, algunos espectáculos, etc. Estos lugares tienen una identidad que se la aporta algún elemento arquitectónico, artístico o histórico, por ejemplo en Dénia: la cruz roja, les cuatre canton, el centro social, la glorieta. en todos los casos hablamos de entornos en los que surge o se mueve la vida. Normalmente la idiosincrasia de una ciudad o pueblo, justamente, se la da lo que sucede en sus calles, plazas, rincones, puertos, etc. si en estos espacios hay una muestra artística influirá en todas las personas que la observen; según sea su color, forma, material, tendremos una reacción u otra. Ejemplo en Denia: la calle la vía con los graffitis pintados, y aquí llamo la atención; hay uno que está creado con materiales reciclados, en color negro, su impacto es diferente, tiene relieve, materiales tocables.

Una de la peculiaridades de las ciudades que transmiten mucha riqueza cultural es la proliferación de muestras de arte en sus calles, esto genera un impacto agradable, apetece salir a las calles, pasear por sus jardines con esculturas, pinturas murales, músicos en las calles.

Todos estos conceptos son aplicables al mundo fallero, en el se juntan la escultura, arquitectura, pintura y literatura, son muchas artes. Seamos atrevidos y pidamos un poco más; pidamos más arte y menos decoración, más compromiso con los espacios, más compromiso con la calidad de los materiales y el medio ambiente. ¿podrían ser las fallas reciclables?, ¿aunque haya un fuego que queme y se lleve todas las penas y alegrías de la pasada temporada?.

¿Se podría crear, cada tres años, una falla experimental?

Todo lo que se hace en la calle implica una gran responsabilidad, porque el espacio público ofrece la posibilidad de aportar a todos los ciudadanos sensaciones, mensajes, información, emociones, etc, y todos merecemos respeto, sea cual sea nuestro color, sexo, ideología, religión, cultura. La escultura sea efímera o permanente siempre tendrá que asumir esta responsabilidad por que tiene la capacidad de transformar un entorno, y un poco, una sociedad.

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