El fuego es liviano, etéreo, si le añadimos el concepto de aire como algo que flota, que no se ve, que sólo percibimos cuando se mueve en forma de viento, estamos creando un espacio físico-psíquico capaz de abrir nuestras mentes y corazones a un mundo de intensas sensaciones.

Materializar estos principios es el gran reto, el de trasladar estas ideas al acero, duro y elástico metal que será la base de esta nueva, original y única escultura llamada Aire de Fuego.

La arquitectura ha trabajado y resuelto algunas de estos aspectos a través de uno de sus más grandes inventos: El arco ojival de la arquitectura gótica. Tres son los arcos de este tipo que sirven de base, de soporte de nuestra obra; juntos generan la cúspide, el primer aporte que llama nuestra atención hacia arriba, hacia el cielo y las estrellas. Ahí es a donde vamos.

Las tres piezas superiores y asimétricas tienen la forma de velas de barco, en concreto están inspiradas en las llamadas: Foque, petifoque y contra-foque de los barcos de vela de los siglos XV-XX.

Si las velas en los barcos sirven para empujar la nave con el aporte de los vientos, en nuestra escultura serán el empuje y el freno. Estos cuerpos se apoyan en los arcos ojivales que forman las 3 piezas inferiores; su peso, descargado en los hombros de estos arcos, crean unas formas redondeadas, esas mismas que nos sugieren las caderas de una mujer, y es aquí donde aparece el lado más tenue de esta escultura transformándola en un ser femenino, cálido y sensual.

Este íntimo equilibrio es el que genera en el espectador la sensación de ligereza, de serenidad y calma; es lo que incita al observador a mirar hacia arriba, a adentrarse en su centro y mirar al cielo, para una y otra vez hacernos sentir una intensa sensación de ingravidez.

El duro y pesado acero se convierte así en una liviana emoción que nos invita a pensar que la obra no pesa, que es frágil, que flota.

Cuando el viento mece la escultura es el momento en el que aparece la magia del fuego; las formas pierden su coherencia, el hierro deja de ser metal, el color rojo deja de ser piel para transformarse en una experiencia de movimiento que lejos de quedarse en los sentidos nos lleva muy adentro, a las ancestrales imágenes-mundos que las llamas son capaces de crear dentro del inconsciente de cada uno de nosotros, de tocar ese mundo ancestral que hay dentro de cada ser humano, a través del metal.

Esta escultura aúna las más avanzadas tecnologías como el cálculo por ordenador, el corte preciso, exquisito, del rayo láser, el curvado en frío para no perder las capacidades mecánicas del acero. Y todo esto unido a las soluciones arquitectónicas de las catedrales góticas, a las más primitivas sensaciones y emociones que desde que el hombre existe le han conmovido, asustado, o llenado de admiración y fantasías.

Esta obra es un poema construido en metal y como tal es etéreo y sutil, pesado a la vez que elástico. Es una manifestación, atemporal, de ese concepto, de ese ejercicio llamado Equilibrio Dinámico: la idea esencial de que la obra se mueva en el ámbito de una plástica dinámica y pacífica al mismo tiempo. Esto es lo que acontece en Aire de Fuego, espacios mentales y físicos, donde la intuición y lo subjetivo se descubren como fundamentales ante nuestros ojos.

FUEGO

Quietud sin forma,
espacio sin silencio,
Como un ausente tiempo,
así
se movía;
como aturdido por el viento,
como alimentado por su fuego…
perdido en su
giro
…me hizo mirar…
al cielo.

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